28 septiembre, 2014

Los bolígrafos y sus tintas casi siempre agotadas.

A la luz de la luna, en una punta de la costa
hay una fiesta.
En la otra punta, tu y yo.
Una cena,
tus besos,
y unas velas.
Pero cuando las soplo
sólo queda tu sombra.
Y no me gusta,
porque la oscuridad me repugna,
salvo cuando en el cielo
puedo observar las estrellas.
Tan perfectas,
situadas a conciencia.
Pero siempre he preferido la luna,
no me preguntes por qué,
pero me quedo embobada viéndola.
Tan embobada que no me di cuenta de que,
mientras ella seguía quieta en su lugar,
mi tierra daba vueltas porque tú te habías ido,
rendido.

Y me gustaba el azul en mis uñas
y el rojo de mis labios en tu cuello y en tus mejillas.
Pero ahora llevo las uñas pintadas de rojo,
eso sí,
aún no he aprendido a pintármelas sin salirme del borde,
eso sigue igual,
vivo siempre saliéndome del borde.
Y mis labios van de un rosa que da vida,
me da vida,
repartiendo besos a quien me los pida.

Tendría que haberles hecho caso cuando me dijeron:
"no escribas tantas historias con finales felices,
que un día te vas a quedar sin tinta y sin papel".
Y en nuestro caso se acabó el papel.
Y la tinta de mi boli se extiende ahora por mis manos,
resecándose en las yemas de mis dedos.
Dibujando cielos de color azul oscuro.

A estas alturas deberías saber que ninguna mariposa
nace siendo hermosa.
Y ahora que tú ya has pasado por mí,
aún sin saber si yo pasé por ti,
ahora,


me siento mariposa. 

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