19 diciembre, 2016

Situaciones cotidianas I.

En el interior de una habitación.
Dos personas permanecen de pie.
Frente a frente.
Empieza a sonar la canción.
Se miran en silencio.
Las palabras ya no bastan.
Ahora sólo las usan para causar dolor.
Ira, odio, celos.
Sus ojos hablan por los dos.
Se abre la puerta y entra la gente.
Caminan entre la multitud.
Cogidos de la mano.
Con sonrisas falsas.
Y aire indiferente.

08 diciembre, 2016

La estación.


Kiss me hard before you go


¿Alguna vez tuviste la sensación de que alguien iba a jugar un papel importante en tu vida?

Dijo la chica del vestido negro después de dejar la cerveza encima de la barra del bar.

- No lo sé –contestó dudosa su acompañante del vestido azul marino y pelo castaño.

Las palabras que había dicho su amiga revoloteaban en su cerebro, insistiendo en quedarse grabadas en él.
Agachó la cabeza y miró la copa que tenía entre sus manos, con la que jugueteaba desde hacía media hora y que aún seguía vacía. Sus ojos se fijaron en sus dedos, el pintauñas que había utilizado tres días atrás ahora estaba resecándose y cayéndose a trocitos. No había tenido tiempo para arreglárselas, ni siquiera para pasar por casa esas últimas noches. Su vista se detuvo cuando recorrió sus largos dedos hasta donde éstos empezaban. Ahí estaba. La marca del anillo que llevaba hace tan sólo tres días atrás. El anillo que él le regaló y que mostraba con cierto orgullo. Se había acostumbrado tanto a él que parecía que lo tenía desde hace años.
Apartó rápidamente la mirada, conteniendo las lágrimas que se amontonaban y se desesperaban por querer salir. No quería volver atrás, volver a estar estancada en sus recuerdos, volver a tropezar con la misma piedra que siempre llevaba su nombre.

Miró a su amiga, que no dejaba de sonreír al camarero de tez morena que se encargaba de servirle las bebidas. Ésta movía, cada cierto tiempo, la mano derecha sobre la barra, haciendo sonar los pequeños golpecitos que daba con sus uñas sobre ésta. Lo solía hacer cuando estaba aburrida o nerviosa. Y supo que estaba siendo una carga para ella. Nunca se lo diría en voz alta para no parecer egoísta y cruel, pero sabía que se arrepentía de haberle ofrecido su piso para quedarse esos días y sabía que estaba harta de tener que aguantar sus llantos y su desconsuelo. 
A la mañana siguiente se iría, cogería su bolso y se despediría de su amiga. Pondría rumbo a otra parte, pero ¿a qué otra parte? Ya no tenía a dónde ir. Volvía a estar en la misma situación que cuando llegó a la ciudad. Aquella noche no la podría olvidar. Al igual que tampoco podría olvidarle a él. Y entonces empezó a recordar.

                                                                                                                                       

- Oye, ¿dónde estás? Son la una y media de la madrugada y acabo de llegar a la ciudad. Se me hizo tarde y no pude coger el tren que tenía planeado, pero ya estoy aquí. Llámame rápido en cuanto oigas este mensaje porque me estoy quedando sin batería y no sé si el móvil aguantará mucho tiempo encendido. No recuerdo la calle de tu piso. ¿Puedes venir a recogerme? Estoy en…

La llamada se cortó y no tuvo tiempo de decirle dónde se encontraba, tendría que haber cargado el móvil antes de salir, pero con las prisas no había tenido tiempo de nada. Metió el aparato en el bolso con decepción. ¿Qué haría ahora? Su amiga era lista, en seguida se daría cuenta de que estaría en la estación esperándola. Pero si había estado de fiesta, cosa que era muy probable, no se acordaría de ir a buscarla.

Como no tenía otra cosa que hacer, salió a la entrada de la estación para esperar. No estaba acostumbrada a ver tantas luces encendidas en plena madrugada ni a tanta gente merodeando con prisas por la calle. Simplemente, no estaba acostumbrada a la ciudad, su vida en el campo le había parecido suficiente hasta ahora.

Aunque llevaba un largo y confortable abrigo, el frío se colaba por los agujeros más pequeños y la hacía temblar un poco. Caminó hasta la pared más cercana y, con la espalda apoyada en ella, se dejó caer cuidadosamente hacia el suelo. No le importaba manchar el bonito vestido que llevaba puesto esa noche, ya no le importaba tanto estar perfecta para él.

Era tarde y estaba cansada y dolida, pronto las lágrimas empezaron a salir de sus ojos en un pequeño sollozo. Encogió las piernas hasta poder esconder su cara en sus rodillas, no quería que la gente la viese, era ya una costumbre esconderse para llorar.

- Disculpe, señorita.

No quiso levantar la mirada, de todas formas, no estaba segura de si esas palabras iban dirigidas a ella.

- Eh, señorita. –el calor de una mano puesta en su hombro la sobresaltó y no tuvo más remedio que alzar la cabeza.

Sus ojos se toparon con los ojos azulados de un chico. Éste la miraba confundido y quizá algo preocupado por encontrarla tirada en el suelo y llorando a esas horas de la madrugada.

- ¿Se encuentra bien? –dijo colocándose delante de ella.

La chica, rápidamente, se secó las lágrimas del rostro con el dorso de la mano.

- Sí, estoy… Estoy bien, gracias. –dijo titubeando.

- ¿Está segura? Porque no lo parece.

- Muy segura. –sentenció poniéndose de pie- Estoy esperando a alguien, así que puede irse, gracias.

Su cuerpo estaba en tensión y en estado de alerta. Ese chico estaba siendo muy maleducado con tanta insistencia e invadiendo su espacio personal de aquella manera, acercándose a ella como si fueran dos simples amigos.

- ¡Oh! Lo siento, no quería parecer un maleducado –dijo dando varios pasos hacia atrás. ¿Acaso le estaba leyendo la mente?- No se asuste, no quiero hacerle nada, simplemente pensé que le pasaba algo grave.

- Pues ya ve que no.

- Sí, está bien… Hasta pronto. –se despidió con una sonrisa, a la que ella contestó con otra, y esta vez sincera, por primera vez en el día.

Después de pasar diez o quince minutos sola de nuevo, ya había perdido la noción del tiempo, sopesó la idea de entrar en el único bar abierto de esa zona y que se encontraba justo frente a la calle de la estación.
Quizá calentarse un poco y tomar algo que le despejase un poco la mente no le vendría mal, estaba un tanto cansada de pensar demasiado y de darle vueltas al mismo asunto. Así que, tras vacilar un poco, por fin se decidió a pasar un rato en aquel bar que rezaba “Bar La Estación” en el cartel de la entrada. Por lo que podía ver de dentro, a través de la cristalera, no parecía tener tan mala pinta.
Abrió la puerta con cuidado, no quería llamar mucho la atención. Nada más entrar sintió el ambiente cargado del local. Paseó su mirada por el lugar rápidamente, tan sólo había una pareja muy acaramelada en un rincón, un grupo de unos cinco amigos, demasiado borrachos ya para recordar siquiera sus nombres, un par de hombres solitarios en la barra agarrados a sus cervezas y un chico, que se le hacía familiar, hablando animadamente por teléfono. 
El chico que se le había acercado antes. 
Esperando no hacer demasiado ruido con los tacones, caminó desde la entrada hasta el fondo del bar, donde se encontraba la barra. Se sentó en uno de los muchos taburetes libres y pidió un vodka.

- Hola otra vez. –comentó el chico alegremente sentándose a su lado.

- ¡Vaya! Qué casualidad encontrarle aquí. –dijo ella sarcásticamente.

- No, yo no creo en las casualidades. –hizo un gesto al camarero para que le sirviese lo mismo que estaba tomando ella- Pero sí creo en el destino.

Ella sonrió disimuladamente.

Estuvieron unos minutos en silencio, cada uno dando sorbos a su bebida y mirando hacia el frente.

- ¿Dónde está esa persona que venía a recogerla? ¿La ha dejado plantada?

- ¿Disculpe? Creo que eso no es asunto suyo. –respondió con cierto tono de enfado en sus palabras.

Era increíble cómo ese chico conseguía hacerla sonreír un minuto y hacerla sentir ofendida al siguiente.

- Lo siento, no quería ofenderla. Simplemente me preocupo por usted, pasear por estos barrios a estas altas horas de la noche no es seguro. Y mucho menos para alguien como usted.

- ¿Alguien como yo? ¿Acaso lo dice porque soy mujer?

- No, en absoluto. Lo digo porque, ¡mírese! –exclamó señalándola con la mano y moviéndola de arriba abajo- Su ropa grita desde lejos que tiene dinero y ese collar que lleva, apuesto a que no vale tan sólo tres euros.

- No, tienes razón. –dijo tocándose instintivamente el collar con la mano derecha.

El chico rió ante la cara de preocupación que había adoptado ella ante la idea de que la asaltase algún ladrón en algún callejón sin salida.

- Bueno, se ve que no eres de aquí. ¿Qué te ha traído a la ciudad? -empezó a tutearla.

- Vengo a quedarme unos cuantos días con una amiga. De hecho, debería estar ya en su casa, pero no consigo recordar dónde era.

- ¿Y por qué no la llamas?

- Es lo que he hecho. Nada más llegar le dejé un mensaje para que viniese a recogerme, pero mi móvil se quedó sin batería antes de poder decirle dónde estaba.

- Eso sí es un problema.

- No me digas…

Tras observarla durante un rato, su expresión de desesperación, sus ojos marrones cansados de llorar, su mirada perdida en el fondo del vaso, su forma de colocarse hacia atrás el pelo castaño que le caía por los hombros hasta la cintura… Supo que debía ayudar a esa mujer, que se había encontrado con ella por alguna razón.

- Ten mi móvil. –dijo de pronto sacando de su bolsillo el aparato y entregándoselo a la chica- Puedes llamar a tu amiga y decirle dónde estás.

- Gr… Gracias. Muchas gracias.

Se levantó del taburete y se alejó un poco, marcó un número tras dudar un par de segundos y, con el móvil en la oreja, daba pequeñas vueltas de un lado a otro.
Hablaba precipitadamente y se entrecortaba un par de veces, probablemente escuchando lo que su amiga le estuviese diciendo al otro lado del teléfono, tras una breve pausa la expresión de su rostro pasó de alivio a sorpresa. Se despidió con un simple “hasta ahora” y cortó la llamada, soltando un breve suspiro.
Se quedó mirándole desde donde estaba, se acercó a él, le devolvió el móvil junto con un “gracias”, cogió su bolso del asiento, pagó la bebida, se lo colgó al hombro y se despidió de él con prisas y agradeciéndole de nuevo el gesto.

Fuera estaba aún más oscuro, algunas farolas de la calle habían apagado las luces antes de lo previsto. Se acercó al borde de la acera, no pasaban muchos coches por la zona, pero tenía la esperanza de poder encontrar algún taxi.

- ¿Qué ha pasado? –sonó una voz detrás de ella.

- Te agradezco que me hayas dejado utilizar tu teléfono, pero ahora tengo que irme.

- Su amiga ya viene a recogerla.

- Mm… No exactamente. Me ha dado la dirección de su casa, estaba buscando un taxi.

- ¿No podía venir a buscarla ella?

- Ha estado en una boda y está algo bebida. No ha querido coger el coche.

- Entiendo.

- Además, esto no es asunto tuyo, no sé por qué se empeña en seguirme a todas partes. Al final va a resultar que sí que es un asesino psicópata.

- Te puedo asegurar que no soy ningún asesino.

- Ya claro, eso lo decís todos.

Los dos se miraron, ella con cierta molestia y él con pesadez, hasta que una carcajada brotó de la garganta de ella y él no tuvo más remedio que sonreír.

- Perdona, me he puesto un poco melodramática.

- No pasa nada, lo comprendo.

- Es toda esta situación, no he tenido un buen día y estoy algo cansada.

- Disculpas aceptadas, señorita. –dijo él en un tono que a ella le causó gracia- Entonces… ¿Amigos?

Le tendió la mano sin dejar de mirarla a los ojos. Una extraña sensación hizo que diera unos pasos hacia el frente, que se acercara sin miedo al chico, y con la mano izquierda agarró la derecha de éste.

- Amigos. –respondió ella con una amplia sonrisa.

Cuando sus manos se tocaron, supo que no tenía por qué preocuparse. Comenzó a sentir algo hacia él: confianza. Y era la primera vez que sentía que podía confiar en alguien.

- ¿Sabes? Acabo de tener una muy buena idea.

- ¿Ah sí? –se interesó ella, alzando una ceja.

- Ahora que somos amigos, ¿qué te parece si vamos conociéndonos mejor?

- ¿A qué te refieres?

- Bueno… Había pensado en acompañarte a casa.

La cara de la chica mostraba confusión.

- Los taxis a esta hora son más caros y te va a ser difícil encontrar uno por aquí, podríamos ir andando hasta la casa de tu amiga.

- Ni siquiera te he dicho dónde vive, ¿cómo sabes que no vamos a tardar horas en llegar hasta allí caminando?

- No lo sé… Intuición, supongo. ¿Está muy lejos?

Ella negó con la cabeza. La insistencia de ese chico no dejaba de sorprenderla.

- Me ha dicho que está a una media hora de aquí. Si se va en coche, claro.

- ¡Pues andando! Supongo que querrás llegar antes de mañana.

- Es que…

- ¡Vamos! Te prometo, al menos, que esta noche no te aburrirás.

Le volvió a ofrecer su mano, estaba suspendida ahí, en el aire, esperando una respuesta.
Era de locos aceptar ir por la calle de noche con un completo desconocido, pero el corazón le decía otra cosa. No sabía cómo, pero tenía la sensación de que con él estaría segura.
Así que entrelazó su mano con la de él y se dejó llevar.

Tardaron más de lo previsto en llegar a su destino, sin duda, la noche había sido especial para los dos.
Ella rió más de lo que había reído esos últimos años, esos últimos días. Se paraban en cada calle, disfrutando de lo que ofrecía la noche en esos rincones y de las, a veces, extrañas personas con las que se cruzaban.  Se contaron cosas de sus vidas, quiénes eran, el por qué estaban allí. Él le contó que había crecido en esa ciudad, pero que ahora vivía en otra algo más alejada, había vuelto para asistir al evento más importante en la vida de su amigo, la primera exposición de sus obras en un famoso local. Ella le contó cómo había tirado su anillo de compromiso a las vías del tren unas cuantas horas antes, le contó que al día siguiente era su boda y que esa mañana, su prometido, el hombre con el que llevaba cinco años y que pensaba era el indicado, había cancelado la boda porque se había dado cuenta de que ya no la amaba. Comieron en un pequeño restaurante, bailaron en la pista, junto con las demás parejas, unas cuantas canciones. Se abrazaron. Y se besaron cuando ya habían llegado al portal de la casa.

El chico le dijo que no volviera a su casa, que se volviesen a ver. Le contó que no sólo el destino quería que estuviesen juntos. Ella dudaba, lo había pasado mejor que bien, le había hecho olvidar todo lo malo, pero se resistía, no se conocían casi. No podía huir.

Sin prisas, se despidieron, no querían separarse, pero cedieron. Él le dijo que se lo pensase, que dentro de dos días se marcharía, cogería un tren y volvería a casa. Le dijo que la esperaría, en la estación, donde se conocieron. Su tren saldría a las siete y media.

No se volvieron a ver durante los dos días siguientes. A veces, cuando su amiga no la mantenía ocupada, pensaba en él. No se habían dicho sus nombres, tampoco había hecho falta. Era lo menos importante.

                                                                                                                                       

- ¿Alguna vez tuviste la sensación de que alguien iba a jugar un papel importante en tu vida? –dijo la chica del vestido negro después de dejar la cerveza encima de la barra del bar.

- No lo sé –contestó dudosa su acompañante del vestido azul marino y pelo castaño- Sí, creo que sí. –dijo de pronto como en un susurro y soltando un breve suspiro.

Sin pensárselo dos veces, agarró su bolso, se despidió de su amiga con un beso y miró el reloj. 
Las siete y veinticinco. 
Tendría que correr. 

03 diciembre, 2016

Amor.


La mano que te guía y siempre está ahí para sujetarte.
El suave e inocente tacto de sus dedos sobre tu piel.
Las miradas furtivas de los dos. 
Los latidos a cien por hora de tu corazón.   
Las largas conversaciones a altas horas de la noche.   
Las tontas bromas que te hacen reír hasta llorar.
Las incómodas situaciones que te hacen sonrojar.
Los silencios en los que no hace falta decir nada para entenderlo todo.         
La más pura confianza. 
La pasión.
La locura.
La improvisación.
Las más sinceras sonrisas que no tienen razón de ser.
Las discusiones que no siempre acaban bien.