31 octubre, 2016

¡Una de miedo y ficción doble, por favor! {4}


PESADILLA.


Gritó.
Gritó, gritó y gritó.
Pero fuera de esas paredes no había nadie que pudiera salvarla.
Sin embargo, no se rindió, siguió luchando dando puñetazos contra la puerta por si alguien conseguía oírla.
De pronto las cuatro paredes que la rodeaban se convirtieron en espejos. Enormes espejos que reflejaban por todas partes su silueta. Se miraba y no se reconocía. No, esa no era ella.
En lugar de su pelo rubio ceniza, lo que caía desde su cabeza era una enorme masa de pelo gris oscuro que le tapaba gran parte de la cara, la cual no podía distinguir.
Los espejos empezaron a moverse, se iban juntando lentamente hacia el centro. Iban a aplastarla.
Cuando estuvieron lo bastante cerca de ella, vio con claridad su aspecto. Estaba completamente pálida, con un color azulado y un sinfín de arrugas que le recorrían todo el rostro. Sus ojos profundamente negros proporcionaban una mirada de malicia y perspicacia.
Ella, aterrorizada y paralizada delante de aquella imagen perturbadora, observó cómo la figura del espejo la señalaba con un dedo raquítico y se reía a carcajadas, dejando ver una boca desprovista de dientes.
Empezó a llorar desesperada y a dar puñetazos y patadas contra los espejos. No sabía qué más hacer. Creía que rompiéndolos podría salir de ahí. Pero no obtuvo resultados. Cada vez el espacio se hacía más y más pequeño, apretándola contra ellos, hasta que ya no quedaba espacio para respirar.

Se despertó sudando en mitad de la noche. Su respiración se entrecortaba y los latidos de su corazón iban más rápido de lo normal. Se quedó mirando al frente, esperando que se le pasase el susto, una vez que sus pulsaciones volvieron a la normalidad, acercó su mano a la pequeña mesa que se encontraba al lado de su cama y cogió el despertador. Marcaba las 3:10 de la madrugada. Tenía que levantarse pronto ese día y sabía que no conseguiría volver a quedarse dormida. Estiró de nuevo el brazo para dejar el despertador en su sitio y encendió la luz de la lámpara que yacía sobre la mesilla. Eso fue lo peor que pudo haber hecho esa noche.
Cuando la poca luz de la lámpara iluminó a duras penas la habitación, su cuerpo se paralizó y su boca, rápidamente, se abrió, desencajada por la situación.

La mujer vieja y arrugada de su sueño estaba ahí, delante de ella, en la esquina de la habitación, señalándola con su dedo. Y, esa risa que nunca olvidará, comenzó a retumbar entre las cuatro paredes. 



30 octubre, 2016

¡Una de miedo y ficción doble, por favor! {3}


NOCHE DE TORMENTA.


Fueron tan sólo uno o dos segundos en los que fui completamente consciente de ello.
Pero aún lo recuerdo a la perfección.
Eran días de tormenta.
Esas tormentas que hacen golpear las ramas de los árboles contra tu ventana.
Normalmente no tengo miedo pero ahora estoy aterrorizada.
En mitad de la noche me despertó aquel extraño ruido.
Parecían cortas y ágiles pisadas en el piso superior.
“No es nada”, pensé mientras me sentaba en la cama.
“Quizá es un estúpido ratón”, me dije intentando convencerme.
Pero yo odiaba los ratones, así que me dirigí a la puerta y salí al frío pasillo.
Subí las escaleras hasta el segundo y último piso donde se encontraba la habitación que usaba como trastero.
Hacía varios meses que no la limpiaba, así que era un lugar perfecto para los insectos y alimañas.
El silencio se adueñó de pronto de la casa, ya no se oían truenos ni las gotas de lluvia sonar contra el techo y las ventanas.
Entonces pude oír mejor.
Acerqué la oreja a la puerta y escuché.
Escuché lo que nunca tendría que haber escuchado.
Era como el sonido de un enorme bulldog chupando, comiendo y masticando, con sus babas cayéndole a los lados del hocico.
Pero eso no era posible. No tenía ningún perro en casa.
Un sentimiento de valentía me recorrió las venas en ese momento y abrí la puerta de par en par.
Mis piernas fallaron un par de segundos.
Y lo único que se me ocurrió fue volver a dejar la puerta cerrada y salir corriendo.
Todo había pasado muy rápido, pero una vez en la calle, el viento helado me dio un buen bofetón que me hizo despertar.
Entonces recordé lo que había visto.
Mientras corría por la acera, con la lluvia empapándome por completo el pijama. 
Recordé a la bestia negra y peluda que apareció ante mis ojos al abrir la puerta.
Y sus enormes ojos marrones se fijaron en mí y su mirada penetró en mi interior.
Recordé la sangre que le recorría la boca y a los ratones que yacían en el suelo sin cabeza.
Y cómo me di cuenta de que esos eran el entrante y yo el primer plato de su menú.
Recordé que tenía a esa cosa encerrada en mi casa.
Y recordé con exactitud el momento en el que grité. 



17 octubre, 2016

Muerte de los dos.


¿Por qué aún no has vuelto a mí? 

Te marchaste un día,
con la cabeza gacha
y las manos no tan vacías.
En ellas te llevabas mi corazón.
Mi mente quedó sola,
carente de sentimientos,
pero sin faltarle razón.
¿Qué iba a ser de mí?
Cuerpo sensato,
frío como la nieve.
Todas las flores que me rodeaban 
se marchitaban,
ya no desprendían ningún olor.
¿Crees que esa era la mejor opción?
Ladrón de órganos.
Ladrón del tiempo.
Ladrón de amor.

Prometiste volver algún día.
Y aquí sigo yo, 
esperando tu regreso,
viendo las horas pasar en el reloj.
¿Cómo es posible no sentir nada,
salvo dolor?

Y llegaron los días de invierno,
cuando regresaste a tu país.
Apareciste silenciosamente.
Copos de nieve sobre nuestras cabezas.
Con tu uniforme de guerra
y las heridas abiertas.
Me devolviste lo que es mío.
Y yo te entregué tu corazón.
Que guardado en mi pecho y alma estaba.
Pero no te importó.
Seguiste tu camino negro de desilusión,
al que no pertenecía yo.
Habías visto la crueldad,
habías visto la muerte,
habías visto el fin.

Y así lo recuerdo yo,
con toda nitidez.
El día que nos despedimos.
El día en que no volviste a mí.