31 mayo, 2014

Callejones y vidas sin salida.

Y ahí está otra vez, en ese callejón oscuro, vacío y sin salida que visita tanto últimamente, y no por gusto, con su corazón en la mano, bueno, más bien, con algunos pequeños trozos de él bien sujetos en sus manos, los demás están esparcidos por el suelo. La última vez que vino también lo tenía roto, demasiado, pero siente cómo poco a poco se va fragmentando cada vez más, cada día que pasa oye el repiqueteo de los fragmentos chocando contra el suelo, uno tras otro, dejándola sin vida, vacía, fría e insensible.

Observa los trocitos que hasta hace unos meses eran rojos, ¿cómo han podido cambiar tanto en tan poco tiempo? Ahora son grises, de un gris oscuro, rondando lo siniestro, y pesan, pesan tanto que es incapaz de cogerlos todos con la mano. ¿Podrá algún día unirlos y dejarlo como nuevo? Parece casi una misión imposible, es más difícil que hacer un puzzle de esos grandes que tanto le costaba hacer cuando era pequeña.

Una repentina ráfaga de aire helado la hace estremecer, tiene miedo, a lo lejos se oyen pasos y... ¿eso no son...? ¡Voces! También oye voces, pero ¿cómo? Este es su lugar secreto, nunca nadie la molesta cuando está aquí. Se siente mareada, es como si hubiese perdido la noción del tiempo, le pesa el cuello y le duele, entonces abre los ojos, por la ventana los rayos del sol pelean para inundar de luz la habitación. Anoche debió haber dormido en una mala posición. Se sienta en la cama y se frota los ojos, pero descubre que estos están hinchados y a su lado, en la esquina de la almohada, una mancha negra proveniente del último rímel que ha comprado estropea el bonito estampado de sus sábanas... Anoche volvió a quedarse dormida mientras lloraba.