25 febrero, 2016

¡Oh, acíbar!

«10, 11, 12,…», en susurros contaba una por una las brillantes perlas que se habían esparcido por el suelo.

La chica acababa de entrar en el salón de su casa y agradeció que no quedase nadie allí. Se asustó en un principio al encontrarse aquel panorama en la estancia, todo estaba patas arriba, parecía como si se las hubiesen tenido que ver con un terremoto. Las sillas estaban tiradas a unos metros de distancia de la mesa del comedor. Unas cuantas prendas de ropa estaban arrugadas sobre el sofá. Un vaso permanecía roto en un rincón, hecho trizas sobre una mancha de vino tinto. El marco con la foto de familia descansaba en el suelo, boca abajo. Pero todo eso a ella no le importaba, había tiempo de sobra para recoger aquel caos, era el collar de perlas lo que la había llevado hasta allí. Desde la cocina, oyó cómo, al otro lado de la pared, el precioso y caro collar se rompió y se deslizó por el cuello de su madre, cayendo todas las perlas en un abrir y cerrar de ojos, recorriendo, cada una por separado, los rincones más estrechos de la habitación.

La muchacha, sin pensárselo dos veces, se puso de rodillas y comenzó su búsqueda. Había encontrado quince en total y, aunque sabía que no eran todas las que conformaban el collar, estaba segura de que unas pocas costaban un dineral y si su madre, después de tantos años aguantando el desprecio y la violencia, acababa de tener el valor para marcharse sin mirar atrás, ella también podría.

Metió todas las perlas en una pequeña bolsita negra de cuero que concluyó que llevaría consigo todo el tiempo y se levantó rápidamente dispuesta a salir corriendo de allí. Su padre estaría emborrachándose en algún bar y no le gustaría estar en la misma habitación que él cuando llegase. Su madre no volvería, eso era algo que no le había costado comprender cuando ésta se había levantado del sofá al que minutos antes la había empujado su marido y, con decisión y mucho valor, cogió las llaves del coche y desapareció por la puerta principal.


Era un día de invierno y la lluvia acababa de comenzar, así que cogió su abrigo negro favorito del armario y se lo puso sobre el traje color salmón que él le había regalado. Eso era lo único que se llevaría de su antigua vida.

Salió a las siete y cuarto de la tarde, tenía que estar en la dirección que concretaron semanas atrás a las ocho, esa era la hora a la que habían quedado, el momento en el que los dos escaparían para comenzar de nuevo.
Cogió su bolso, sus perlas y el metro de las siete y media. 

Llegó a su destino diez minutos antes de lo previsto.

Se sentó en una parada de autobús que tenía marquesina, llovía a cántaros y, aunque la lluvia no le desagradaba del todo, esta vez quería estar presentable.
Desde donde estaba podía ver la carretera. Las luces de los faros de algunos de los coches la cegaban, así que la mayoría de las veces acababa fijando su vista en el suelo. Comprobaba el móvil a cada momento, con la excusa de mirar la hora, pero en realidad quería cerciorarse de no encontrar en él algún mensaje o llamada. 
El viento empezaba a hacer de las suyas y la chica se colocaba y alisaba el vestido continuamente, aunque esa era una manía que había adquirido por culpa de su continuo estado de nerviosismo.

Los minutos pasaban y las horas también, nunca el tiempo había transcurrido tan despacio.

Se preguntaba qué se dirían cuando se viesen, el día anterior no habían hablado y la última vez que lo hicieron había sido para discutir, pero tenían planeado escapar desde hacía mucho tiempo y creía imposible que una disputa fuese a acabar con todo de la noche a la mañana.

Ella le quería y él juró mil veces que la amaba.

Horas más tare vio un BMW negro a lo lejos y su corazón dio un vuelco, la fuerte lluvia y la oscuridad de la noche no le dejaban ver con exactitud al conductor. Así que, aún con dudas pero con una cierta felicidad que no podía reprimir, se levantó de un salto y caminó hacia el bordillo de la acera, mojarse ya no suponía un problema en esos momentos, sólo quería que él la viese.
Pero no paró, el coche siguió su camino, con prisas, deseoso de llegar a su destino y cuando pasó por su lado vio que no era él, se equivocó, no había acudido a la cita. Y por extraño que pudiese parecer, no le sorprendía, sin embargo, la decepción iba haciéndose cada vez mayor.

Dio media vuelta y volvió a sentarse en la parada. Miraba fijamente al frente. Con la mano izquierda apretaba la bolsa que cargaba desde por la mañana. Unas gotas de lluvia corrían lentamente por su mejilla, mezclándose con sus lágrimas.   

15 febrero, 2016

F. Scott Fitzgerald.



"Think how you love me", she wishpered.
"I don't ask you to love me always like this, but I ask you to remember. Somewhere inside of me there will always be the person I am tonight".

- Tender is the night.

14 febrero, 2016

Cielo (I).



Encontrémonos allí donde nada importa, donde nadie vive y solo las nubes hacen sombra. 

12 febrero, 2016

Te espera impaciente.
Te acecha y espía. 
Aguarda. 
Te persigue.  
Le temes.
Intentas huir.
Pero te encuentra.
Y te engaña.
Y confías.
Porque crees estar a salvo.      
Aunque en el fondo sabes que no es cierto.   
Te atrapa.   
Se mete en tu piel y en tu cabeza. 
Te agarra con firmeza.
Te arrastra consigo. 
Y cedes.
Porque es más fuerte que tú.
Porque ya no te importa.
Porque os habéis convertido en una sola persona.  
                                           
Se acabó.
Demasiado tarde para volver atrás.