06 octubre, 2014

Tan cierto que quema.

Esta es la historia de una chica de melena roja, una melena del color del atardecer.
Una chica sin rostro, a la que puede que cada uno vea de manera diferente.
Pero ella, cuando se mira en el espejo solo ve negro y tristeza.
No lo puede evitar.
El negro es su color favorito y la tristeza ha sido su compañera de corazón cuarto desde que tiene uso de razón.


Cada mañana despierta antes de su hora,
perdiéndose,
contando las salpicaduras de pintura azul de la pared sobre su techo blanco algo mal pintado.
Apagando la alarma del despertador cuando éste da su cuarto o quinto aviso, ya se ha convertido en una rutina.
Esperando a que tu cara quede frente a frente con la suya, sobre la almohada, esperando a que un "buenos días" pronunciado por tus labios llegue a rescatarla.





Porque puede que otras chicas pierdan las bragas por tu sonrisa y por el final de tu espalda, pero ella desespera por tan sólo volver a oírte cantar.
  
Y cuando se observa, sólo ve esos lunares.
Tiene tantos lunares en sus hombros, en su espalda, en sus mejillas...
Ella los llama pequeños lugares remotos que tus dedos recorrieron y exploraron.
Porque antes de ti,
para ella,
no existía nada.


Dicen que hay tantos corazones en la Tierra como estrellas en el firmamento.
Pero su corazón es distinto, el suyo va, a cada segundo, mucho más rápido que el de cualquier otro ser humano e incluso más aún que el de un enamorado. 
El suyo es un corazón con forma de reloj, cuyas agujas van en sentido contrario, avisándola de cuánto le queda para que explote, sin permiso.
Es tan amargo que se queda atragantado en las gargantas de la gente y, a la vez, tan dulce que acaba empachando. Y esa es la razón de su soledad.
O puede que sea porque le gusta estar sola, con su mente. Pero contigo.


Y desde pequeña siente que su alma es de sirena,
quizás fue una en otra vida no muy lejana.
Si la veis, algunos podríais confundirla con Ariel
y es que ella también suele pasarse el día hablando con animales.
Aunque su semejanza reside,
tal vez,
en que al igual que Ariel, ella tampoco puede hablar
y está esperando a que le devuelvan su cola para así poder recuperar su voz.
Porque en el mar es donde encuentra su verdadera calma, ahí es donde se siente libre...

Y le encantaría ser como Atenea, por siempre su diosa de la mitología griega, tan fuerte como inteligente.
Y le encantaría encontrar a su soñado señor Darcy,
aunque ella no es Elizabeth Bennet, por supuesto.
Su alma es más Catherine Earnshaw de lo que le gustaría,
tan bella, tan frágil,
como vana, superficial y egoísta.
Entonces...
¿Dónde está su único e irrepetible Heathcliff?
Ese que daría su vida por ella.

"Amo a mi asesino, pero al tuyo ¿cómo puedo amarle?"
¡Oh! Ni siquiera ella misma sabe cómo amarte.

















Te espera cada día.
En verano,
con tus gafas oscuras que una mañana te dejaste sobre el estante del salón,
tumbada en la playa,
protegiéndose del sol,
ya no le importa la arena,
le recuerda a tus manos sobre su espalda.

Y en invierno,
con las medias grises que le compraste por uno de sus cumpleaños,
esas que tanto te gustaban,
tumbada sobre la hierba,
fría,
con el viento helado moldeando su pelo rojizo.
Esperando a poder ver la nieve alguna vez.
Pero sabe que deberá pasar un largo tiempo para que eso suceda.
Y tiene la esperanza de que tú vuelvas antes de ese día.
¿Volverás?


Por las noches se pasea por las oscuras calles de su barrio, tan desconocidas a la luz del día y tan familiares cuando el reloj marca más de las doce.
Le gusta sentarse en ese banco que prácticamente lleva ya su nombre. Aunque no escrito. Sólo ella lo ve.
Le gusta mirar las ventanas de los edificios e inventarse una historia por cada luz encendida y cada luz apagada.
Cuando llega a casa y se recuesta en el frío suelo de su habitación ve, un amanecer tras otro, al fiel gato de su ventana llorar,
maullar a la luna,
buscando consuelo.
Cuando llega a casa,
la chica sin rostro y sin voz,
escribe. 


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