06 julio, 2014

Creer poder volar, creer ser libre.

Ella creía que podía volar, creía que tenía alas, unas grandes y fuertes alas con las que cada día conseguía sobrevolar la ciudad. Creía que podía llegar lejos, más lejos de lo que jamás nadie había podido llegar... Pero no era así. No tenía alas y mucho menos sabía volar, pero tenía algo, quizá no mejor, pero sí de gran valor: la imaginación.


Imaginaba árboles azules y violetas, árboles inmensos de todos los colores, imaginaba lugares en los que nunca había estado y en los que nadie nunca habría llegado a estar, lugares dignos de películas de ciencia ficción. Imaginaba aire limpio y paz, imaginaba que las personas se tomaban su tiempo para respirar, con pausa y profundamente. Imaginaba criaturas, mundos, vidas. Pero, ante todo, imaginaba ser feliz. 

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