Esta es la
historia de una chica de melena roja, una melena del color del atardecer.
Una chica
sin rostro, a la que puede que cada uno vea de manera diferente.
Pero ella,
cuando se mira en el espejo solo ve negro y tristeza.
No lo puede
evitar.
El negro es su color favorito y la tristeza ha sido su
compañera de corazón cuarto desde que tiene uso de razón.
Cada mañana
despierta antes de su hora,
perdiéndose,
contando las salpicaduras de pintura azul de
la pared sobre su techo blanco algo mal pintado.
Apagando la
alarma del despertador cuando éste da su cuarto o quinto aviso, ya se ha
convertido en una rutina.
Esperando a que tu cara quede frente a frente con la suya, sobre la almohada, esperando a que
un "buenos días" pronunciado por tus labios llegue a rescatarla.
Porque puede que otras chicas pierdan las bragas por tu
sonrisa y por el final de tu espalda, pero ella desespera por tan sólo volver a
oírte cantar.
Y cuando se observa, sólo ve esos lunares.
Tiene tantos lunares en sus hombros, en su espalda, en sus mejillas...
Ella los llama pequeños lugares remotos que tus dedos recorrieron y exploraron.
Porque antes de ti,
para ella,
no existía nada.
Dicen que
hay tantos corazones en la Tierra como estrellas en el firmamento.
Pero su
corazón es distinto, el suyo va, a cada segundo, mucho más rápido que el de
cualquier otro ser humano e incluso más aún que el de un enamorado.
El suyo es
un corazón con forma de reloj, cuyas agujas van en sentido contrario,
avisándola de cuánto le queda para que explote, sin permiso.
Es tan
amargo que se queda atragantado en las gargantas de la gente y, a la vez, tan
dulce que acaba empachando. Y esa es la razón de su soledad.
O puede que sea porque le gusta estar sola, con su mente.
Pero contigo.
Y desde pequeña siente que su alma es de sirena,
quizás fue una en otra vida no muy lejana.
Si la veis, algunos podríais confundirla con Ariel
y es que ella también suele pasarse el día hablando con animales.
Aunque su semejanza reside,
tal vez,
en que al igual que Ariel, ella tampoco puede hablar
y está esperando a que le devuelvan su cola para así poder recuperar su voz.
Porque en el mar es donde encuentra su verdadera calma, ahí es donde se siente libre...
Y le
encantaría ser como Atenea, por siempre su diosa de la mitología griega, tan
fuerte como inteligente.
Y le
encantaría encontrar a su soñado señor Darcy,
aunque ella
no es Elizabeth Bennet, por supuesto.
Su alma es
más Catherine Earnshaw de lo que le gustaría,
tan bella,
tan frágil,
como vana,
superficial y egoísta.
Entonces...
¿Dónde está
su único e irrepetible Heathcliff?
Ese que
daría su vida por ella.
"Amo a
mi asesino, pero al tuyo ¿cómo puedo amarle?"
¡Oh! Ni siquiera ella misma sabe cómo amarte.
Te espera
cada día.
En verano,
con tus
gafas oscuras que una mañana te dejaste sobre el estante del salón,
tumbada en
la playa,
protegiéndose
del sol,
ya no le
importa la arena,
le recuerda
a tus manos sobre su espalda.
Y en
invierno,
con las
medias grises que le compraste por uno de sus cumpleaños,
esas que
tanto te gustaban,
tumbada
sobre la hierba,
fría,
con el
viento helado moldeando su pelo rojizo.
Esperando a poder
ver la nieve alguna vez.
Pero sabe
que deberá pasar un largo tiempo para que eso suceda.
Y tiene la
esperanza de que tú vuelvas antes de ese día.
¿Volverás?
Por las
noches se pasea por las oscuras calles de su barrio, tan desconocidas a la luz
del día y tan familiares cuando el reloj marca más de las doce.
Le gusta
sentarse en ese banco que prácticamente lleva ya su nombre. Aunque no escrito.
Sólo ella lo ve.
Le gusta mirar las ventanas de los edificios e inventarse
una historia por cada luz encendida y cada luz apagada.
Cuando llega
a casa y se recuesta en el frío suelo de su habitación ve, un amanecer tras
otro, al fiel gato de su ventana llorar,
maullar a la
luna,
buscando
consuelo.
Cuando llega
a casa,
la chica sin rostro y sin voz,
escribe.