Ella creía que podía volar, creía que tenía alas, unas
grandes y fuertes alas con las que cada día conseguía sobrevolar la ciudad.
Creía que podía llegar lejos, más lejos de lo que jamás nadie había podido
llegar... Pero no era así. No tenía alas y mucho menos sabía volar, pero tenía
algo, quizá no mejor, pero sí de gran valor: la imaginación.
Imaginaba árboles azules y violetas, árboles inmensos de
todos los colores, imaginaba lugares en los que nunca había estado y en los que
nadie nunca habría llegado a estar, lugares dignos de películas de ciencia
ficción. Imaginaba aire limpio y paz, imaginaba que las personas se tomaban su
tiempo para respirar, con pausa y profundamente. Imaginaba criaturas, mundos,
vidas. Pero, ante todo, imaginaba ser feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario