Nacimos, sin
saber por qué, cerca del mar.
En un mundo
lleno de tiburones,
Crecimos escondiéndonos
detrás de las rocas
cada vez que
nos veíamos y sentíamos cerca.
Vivimos
rodeados de fuego.
Ardiente
fuego siempre en continua exaltación.
Volviéndose
más rudo
cada vez que
nuestras vidas se cruzaban,
casi siempre
poco más de unos cuantos míseros segundos.
Vivimos sin
saber que las cenizas cuando chocan avivan la llama.
Morimos
pronto.
En el
olvido.
Uno frente
al otro, pero sin un nosotros.
Sin saber
que estuvimos conectados al nacer.
Desperdiciando
un terrible error que nunca cometimos.
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