Y ahí está otra vez, en ese callejón oscuro, vacío y sin
salida que visita tanto últimamente, y no por gusto, con su corazón en la mano,
bueno, más bien, con algunos pequeños trozos de él bien sujetos en sus manos,
los demás están esparcidos por el suelo. La última vez que vino también lo
tenía roto, demasiado, pero siente cómo poco a poco se va fragmentando cada vez
más, cada día que pasa oye el repiqueteo de los fragmentos chocando contra el
suelo, uno tras otro, dejándola sin vida, vacía, fría e insensible.
Observa los trocitos que hasta hace unos meses eran rojos,
¿cómo han podido cambiar tanto en tan poco tiempo? Ahora son grises, de un gris
oscuro, rondando lo siniestro, y pesan, pesan tanto que es incapaz de cogerlos
todos con la mano. ¿Podrá algún día unirlos y dejarlo como nuevo? Parece casi
una misión imposible, es más difícil que hacer un puzzle de esos grandes que
tanto le costaba hacer cuando era pequeña.
Una repentina ráfaga de aire helado la hace estremecer,
tiene miedo, a lo lejos se oyen pasos y... ¿eso no son...? ¡Voces! También oye
voces, pero ¿cómo? Este es su lugar secreto, nunca nadie la molesta cuando está
aquí. Se siente mareada, es como si hubiese perdido la noción del tiempo, le
pesa el cuello y le duele, entonces abre los ojos, por la ventana los rayos del
sol pelean para inundar de luz la habitación. Anoche debió haber dormido en una
mala posición. Se sienta en la cama y se frota los ojos, pero descubre que
estos están hinchados y a su lado, en la esquina de la almohada, una mancha
negra proveniente del último rímel que ha comprado estropea el bonito estampado
de sus sábanas... Anoche volvió a quedarse dormida mientras lloraba.
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