Se nos acabó la música,
cuando
comenzamos a bailar juntos,
justo cuando
nos habíamos aprendido los pasos.
Ahora hay
otra orquesta tocando.
Un nuevo
cantante
cansado de
esperar a que los invitados estén todos presentes,
preparados
para oír su repertorio.
Y las tostadas recién hechas,
untadas con mantequilla,
se olvidarán de la mermelada de la que nunca disfrutaron su sabor.
El
tocadiscos de tu habitación sigue en marcha,
aunque los
discos que solíamos oír,
ahora están esparcidos en trocitos por el
suelo.
Y las
maletas, tan llenas que casi no cierran,
repletas de
tormentas y de días lluviosos,
esperan en
mi puerta a que regreses a por ellas.
Llévatelas,
el gris de su tela empiezan a aburrirme las mañanas,
empeñadas en
recordarme cómo entre los dos se nos daba tan bien deshacer la cama.
Y el viento sigue soplando en la misma dirección,
pero esta vez los árboles han buscado otro camino
para no crecer tan torcidos como antes.
He aprendido
a bailar sola.
No tan bien
como me gustaría,
sigo siendo
tan patosa como el primer día que me conociste.
Lamentablemente, tengo que reconocer que aún estoy en
otro nivel.
Pero me
encanta saber que de puntillas ya llego a tocar la lámpara del salón.
La que una
vez compramos juntos no,
esa ya hace
unos días que la quité.
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