A la luz de la luna, en una
punta de la costa
hay una fiesta.
En la otra punta, tu y yo.
Una cena,
tus besos,
y unas velas.
Pero cuando las soplo
sólo queda tu sombra.
Y no me gusta,
porque la oscuridad me repugna,
salvo cuando en el cielo
puedo observar las estrellas.
Tan perfectas,
situadas a conciencia.
Pero siempre he preferido la
luna,
no me preguntes por qué,
pero me quedo embobada
viéndola.
Tan embobada que no me di
cuenta de que,
mientras ella seguía quieta en
su lugar,
mi tierra daba vueltas porque
tú te habías ido,
rendido.
Y me gustaba el azul en mis
uñas
y el rojo de mis labios en tu
cuello y en tus mejillas.
Pero ahora llevo las uñas
pintadas de rojo,
eso sí,
aún no he aprendido a pintármelas
sin salirme del borde,
eso sigue igual,
vivo siempre saliéndome del
borde.
Y mis labios van de un rosa
que da vida,
me da vida,
repartiendo besos a quien me
los pida.
Tendría que haberles hecho
caso cuando me dijeron:
"no escribas tantas
historias con finales felices,
que un día te vas a quedar sin
tinta y sin papel".
Y en nuestro caso se acabó el
papel.
Y la tinta de mi boli se
extiende ahora por mis manos,
resecándose en las yemas de
mis dedos.
Dibujando cielos de color azul
oscuro.
A estas alturas deberías saber
que ninguna mariposa
nace siendo hermosa.
Y ahora que tú ya has pasado
por mí,
aún sin saber si yo pasé por
ti,
ahora,
me siento mariposa.
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