La puerta se abrió y se cerró de
golpe, con un estrepitoso sonido.
Por fin salía de ese espantoso
lugar, sentía que se ahogaba por minutos, tantas preguntas que no sabía cómo
responder…
La mirada de él puesta en ella,
inspeccionándola. Cada uno de sus gestos, cada uno de sus movimientos.
Odiaba sentirse observada, odiaba
sentirse juzgada.
Y entonces ese nudo en la garganta
otra vez.
No podía respirar, no le salían las
palabras.
Por lo que, cuando al fin el hombre pronunció
el conocido “ya hemos terminado por hoy”, le sobraron segundos para salir
corriendo de allí.
El aire de la calle la hizo sentir
bien, la hizo sentir mejor.
Libre.
Pero aún no se había acostumbrado al
sol, haber pasado tanto tiempo a oscuras tenía sus inconvenientes.
Agachó la cabeza instintivamente
cuando notó los rayos del sol irritándole los ojos y se entretuvo un par de
calles más arriba para colocarse el pelo, no soportaba que el viento estropease
su flequillo.
Era la hora de la comida, pero no
tenía hambre.
No sabía qué hacer, tampoco sabía a
dónde ir, eso de no saber nada se estaba volviendo habitual últimamente.
El no tener todavía recuerdos la
impacientaba, era como si, al despertar de un sueño, la hubiesen metido en el
cuerpo de otra persona, en alguien a quien nunca había visto.
Llevó su mano izquierda al bolsillo
de su pantalón vaquero, buscando algo, pero allí no había nada. Se olvidó por un instante de que el doctor le acababa de quitar el móvil, le prohibía
usarlo durante un tiempo, “estás asustando a la gente con tus llamadas”, le
había dicho.
Menuda excusa.
Llegó al parque que siempre tenía que
recorrer para llegar a casa, ese que le producía unos sentimientos extraños.
Se
sentó en el primer banco vacío que vio y se quedó allí, observando a la gente
pasar por delante de ella, inspeccionando sus gestos, sus ropas, sus
conversaciones.
Se imaginaba sus vidas, intentando reconstruir la suya.
Entonces apareció un chico, con un
andar lento, que iba hablando por el móvil y que, sin saber por qué, le había
llamado la atención.
“Escucha, Amanda. Te devolveré todas
tus cosas si eso es lo que quieres, pero ahora ¡déjame en paz!”, gritaba al
aparato mientras seguía su camino, alejándose.
“Amanda”, repitió la chica en su cabeza
varias veces.
Era un bonito nombre, pensó. Le
había gustado y, sin darle más vueltas, decidió que ese sería su nombre a
partir de ahora.
Así que se levantó con la energía
que había perdido al entrar esa mañana en la consulta del doctor y se dispuso a
vivir la vida que, esta vez, llevaría siendo Amanda.
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