NOCHE DE TORMENTA.
Fueron tan
sólo uno o dos segundos en los que fui completamente consciente de ello.
Pero aún lo
recuerdo a la perfección.
Eran días de
tormenta.
Esas
tormentas que hacen golpear las ramas de los árboles contra tu ventana.
Normalmente no
tengo miedo pero ahora estoy aterrorizada.
En mitad de
la noche me despertó aquel extraño ruido.
Parecían
cortas y ágiles pisadas en el piso superior.
“No es
nada”, pensé mientras me sentaba en la cama.
“Quizá es un
estúpido ratón”, me dije intentando convencerme.
Pero yo
odiaba los ratones, así que me dirigí a la puerta y salí al frío pasillo.
Subí las escaleras
hasta el segundo y último piso donde se encontraba la habitación que usaba como
trastero.
Hacía varios
meses que no la limpiaba, así que era un lugar perfecto para los insectos y
alimañas.
El silencio
se adueñó de pronto de la casa, ya no se oían truenos ni las gotas de lluvia
sonar contra el techo y las ventanas.
Entonces
pude oír mejor.
Acerqué la
oreja a la puerta y escuché.
Escuché lo
que nunca tendría que haber escuchado.
Era como el
sonido de un enorme bulldog chupando, comiendo y masticando, con sus
babas cayéndole a los lados del hocico.
Pero eso no
era posible. No tenía ningún perro en casa.
Un
sentimiento de valentía me recorrió las venas en ese momento y abrí la puerta de
par en par.
Mis piernas
fallaron un par de segundos.
Y lo único
que se me ocurrió fue volver a dejar la puerta cerrada y salir corriendo.
Todo había
pasado muy rápido, pero una vez en la calle, el viento helado me dio un buen
bofetón que me hizo despertar.
Entonces
recordé lo que había visto.
Mientras
corría por la acera, con la lluvia empapándome por completo el pijama.
Recordé a la bestia negra y peluda que apareció ante mis ojos al abrir la puerta.
Recordé a la bestia negra y peluda que apareció ante mis ojos al abrir la puerta.
Y sus
enormes ojos marrones se fijaron en mí y su mirada penetró en mi interior.
Recordé la
sangre que le recorría la boca y a los ratones que yacían en el suelo sin
cabeza.
Y cómo me di
cuenta de que esos eran el entrante y yo el primer plato de su menú.
Recordé que
tenía a esa cosa encerrada en mi casa.
Y recordé
con exactitud el momento en el que grité.
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