Mi cuerpo ya no soporta ser
ese lugar al que volver
cuando fuera ya no encuentras
nada.
Este cuerpo al que tú llamas
hogar,
pero aprovechas cada
oportunidad
para desgarrar la piel poco a
poco,
para ensuciar mis lugares más
sagrados,
donde aún siguen tus huellas,
de aquellos días en los que
parecías saber amarme
y de cuando amarte aún no
dolía.
Esta mente a la que tú dices admirar,
a la que falsamente proclamas
respetar,
se ha cansado de gritar en
silencio,
de llorar por esa maldad
que sabes bien cómo disfrazar
bajo el velo de mis errores.
Mi mente ya no soporta
esconderse
y odia empezar a temblar,
cuando tus ojos cuestionan,
de arriba abajo,
toda mi existencia.
Mis labios ya no soportan
callar
ante perdones que no
significan nada.
Cuando me prometes que no
volverá a suceder
y al instante mis rodillas
caen nuevamente contra el suelo.
Este corazón ya está roto,
pero fuera de tu infierno
y antes de llegar al cielo,
hay un lugar donde la luz, la
sal del mar y el tiempo
podrán arreglarlo poco a poco.
Entonces ese día,
dejaré de sentir miedo.