Ella era como
las hojas de otoño. Aún la recuerdo bien.
En un
principio, en sus primero años, siempre radiante, bella e hipnotizante. Hasta
que su ánimo se desvanecía y su belleza pasaba inadvertida, siempre observando,
pero manteniéndose escondida. Así a cada momento, esperando por el final,
cuando sus fuerzas desaparecían y su alma, su mente y su corazón quedaban
sumergidos en el dolor, tambaleándose, cayendo y postrándose en el pavimento,
ahí donde nadie mira, siendo pisada por los demás y balanceada en el aire,
moviéndose de aquí para allá siempre adonde el viento quería llevarla, jugando
a sus anchas, marchitándose, oscura y triste, hasta que ya no puede más.
Exactamente como una hoja de otoño.
Pero yo aún la recuerdo, su simpatía me envolvía. Estaba enamorado de sus ojos marrón chocolate; de sus finos labios rosas que pronunciaban la palabra adecuada en el momento adecuado; de su tez blanca que yo conseguía ruborizar; de su inteligencia perspicaz. Su belleza era exorbitante. Cuando ella se escondía y se alejaba del mundo, pensando que ya a nadie le importaría, yo estaba allí, sujetándola y necesitándola.
Aún la recuerdo bien, aún la amo como ayer.
Exactamente como una hoja de otoño.
Pero yo aún la recuerdo, su simpatía me envolvía. Estaba enamorado de sus ojos marrón chocolate; de sus finos labios rosas que pronunciaban la palabra adecuada en el momento adecuado; de su tez blanca que yo conseguía ruborizar; de su inteligencia perspicaz. Su belleza era exorbitante. Cuando ella se escondía y se alejaba del mundo, pensando que ya a nadie le importaría, yo estaba allí, sujetándola y necesitándola.